Los niños con problemas de conducta suelen mostrarse desobedientes. No es extraño que, asimismo, insulten, se hayan acostumbrado a mentir a quienes les rodean, se enrabieten con facilidad e, incluso, lleguen a mostrarse agresivos cuando se les lleva la contraria. Corregir a un niño con un trastorno de comportamiento, sin embargo, es posible. Y cuanto antes se empiece, más posibilidades de éxito se tendrá.
Poner límites a los niños y pasar el tiempo suficiente a su lado son algunas de las claves para rectificar los problemas de conducta infantiles
Niños con problemas de conducta: pautas para corregirlos
Los problemas de conducta en el niño
Un niño con problemas de conducta, que desobedece de forma habitual a sus progenitores, que grita y se enfada con frecuencia o que, incluso, experimenta brotes de agresividad cuando se le lleva la contraria precisa la ayuda de sus padres y docentes para superar su trastorno de comportamiento.
Poner límites a las demandas del niño es esencial para establecer unos hábitos de conducta adecuados
En el desarrollo evolutivo del pequeño es normal que, en ocasiones, se detecten estas conductas agresivas, desafiantes, de oposición o desobedientes. Las pautas educativas habituales logran, en general, erradicar estos comportamientos. Sin embargo, en algunos niños, estas actitudes son perseverantes en el tiempo y se incrementa su frecuencia y magnitud a medida que el infante crece.
Una intervención temprana de sus progenitores, así como la ayuda de psicólogos en los casos más graves, pueden ayudar a prevenir que un problema de conducta infantil evolucione hacia trastornos más graves en la adolescencia.
Lograr en el niño un comportamiento adecuado: ¿cómo se hace?
Las investigaciones y estudios sobre comportamiento infantil suelen coincidir a la hora de señalar la forma de crear en el niño unas conductas adecuadas. Mantener un buen vínculo afectivo con los progenitores fomenta procederes correctos en el pequeño. Dedicar tiempo suficiente a estar juntos en edades tempranas, jugar con ellos, prestar atención a sus actuaciones y ejercer el control sobre ellas cuando sea necesario son algunas de las pautas para corregir los problemas de conducta en el niño.
Es fundamental, asimismo, poner límites a sus demandas desde muy pequeños y mantenerse firme en ellos. Esta práctica es una de las mejores formas de establecer unos hábitos de conducta adecuados, que el niño utilizará como referente en su comportamiento posterior.
Tan importante es prestar atención al niño cuando se comporta bien como retirársela ante una actitud negativa
El pedagogo Jesús Jarque, autor de distintos manuales para padres sobre conducta infantil, precisa que “establecer límites es concretar qué se espera del niño y qué no”. En caso de que estas fronteras se traspasen, advierte: “hay que adoptar medidas”.
La atención que un niño recibe de los adultos juega un papel primordial en el control de la conducta de los pequeños. Tan importante es prestarle la suficiente atención cuando se comporta de forma adecuada, y halagarle por ello, como retirársela cuando el comportamiento sea negativo.
Jarque puntualiza que el comportamiento inadecuado de los niños se desarrolla con frecuencia “para llamar la atención de los padres, ya que comprueban que hay una desproporción entre la forma de actuar de ellos cuando se portan mal y cuando se portan bien”. Si las actuaciones inadecuadas son las únicas que atienden los progenitores, el pequeño, ante la necesidad de atención, reforzará estas en detrimento de las buenas conductas.
Pasos para corregir los problemas de conducta infantiles
Entre otras pautas básicas recomendadas por los especialistas, destacan las siguientes:
- Claridad. Cuando se dan instrucciones al niño, es importante ser claro y preciso. No es lo mismo decirle “pórtate bien”, o “no te portes mal”, que decirle qué es correcto y qué no lo es.
- Coherencia y constancia. Un padre que riñe a su hijo por un determinado comportamiento, debe hacerlo siempre que lo detecte de nuevo. Hay que tener en cuenta, asimismo, que el pequeño observa su entorno y lo imita: no sería correcto desaprobar una conducta que contempla de forma habitual en su familia.
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Consenso y complicidad. Es necesario que todos los miembros de la familia, y de fuera de ella con responsabilidad sobre el niño, apliquen las mismas pautas a la hora de enseñar al pequeño buenos hábitos de conducta. Todos deben permitir, o no, las mismas actuaciones.
Adolescencia, el período del revuelo.
La adolescencia puede suponer un periodo de enorme revuelo en las familias. En algunos casos, implica un punto de inflexión por su especial repercusión en el funcionamiento familiar. Las relaciones familiares necesitan ajustarse para dar cabida a las necesidades particulares del desarrollo adolescente. Como figuras cuidadoras, entender las particularidades de esta etapa, puede ayudarnos a tomar las decisiones adecuadas para que suponga una saludable transición hacia la vida adulta.

Algunas características de la Pubertad en la Adolescencia:
- Aparecen los cambios corporales y primeras experiencias y desengaños amorosos.
- Las tormentas emocionales derivadas del aumento de secreciones hormonales que orientan la afectividad hacia el grupo de semejantes y del sexo contrario.
- Los progresos cognitivos en la adolescencia, que permiten las primeras formas de razonamiento abstracto y, por lo tanto, la posibilidad de representarse una realidad distinta a la vivida, de emprender críticas y desacuerdos, discusiones a la experiencia cotidiana.
- Reciben presiones del mundo adulto, llenas de mensajes ambivalentes “mayores para unas cosas y para otras no”.
- En unos momentos parecen no necesitar a las figuras de apego e incluso desear que éstas estén lejos; en otros vuelven a necesitarlas de un modo infantil.
- Comienzan a plantearse y cuestionarse quiénes son y quienes quieren ser.
- Los amigos y amigas en la adolescencia, pasan a ser una fuente primordial de influencia y apoyo.
- Necesitan sentir que pertenecen y son aceptados por otro grupo, además del núcleo familiar.
- Las normas familiares, que hasta ese momento funcionaban, pueden ser discutidas por los y las adolescentes en la búsqueda de unas más flexibles en donde se vean reforzados en su identidad e independencia.
- Las etiquetas y las críticas “destructivas” que reciban en la adolescencia, les afectan como una profecía, pudiendo ajustarse perfectamente a las expectativas negativas que tengamos sobre su comportamiento y futuro.
- Puede parecer que no les influye lo que les digamos, sin embargo es una etapa de enorme susceptibilidad.
- Los problemas conyugales, los trastornos físicos o emocionales paternos, la madurez emocional de los padres, los estilos educativos excesivamente rígidos o, por el contrario, excesivamente permisivos (carentes de límites), los problemas económicos familiares, problemas con su grupo de iguales, etc…son algunos ejemplos de situaciones que pueden ocasionar reacciones de rebeldía y un comportamiento inadecuado.
Pautas Familiares:
- Mayor negociación de las normas: flexibilizar no implica perder autoridad positiva, ni conceder todo lo que proponen, si no ajustarse a la situación y necesidades, buscando alternativas que den cabida a las suyas y a las nuestras, sin perder los valores de cuidado y protección.
- Fomentar autonomía y evitar la sobreprotección: enseñar “cómo”, “acompañarles”durante el aprendizaje y “delegar” la responsabilidad. Ante las dificultades, es importante que sugieran sus propias soluciones. La sobreprotección obstaculiza su desarrollo porque no permitimos que experimenten y practiquen sus capacidades y habilidades.
- El poder de las expectativas positivas: evitar “etiquetas negativas”(mal@, vag@, inútil…). “Creer que pueden”.
- Cambiar nuestro foco de atención hacia lo positivo: lo que “si” hacen, se les da “mejor” o “va bien”.
- Emplear el “refuerzo social” antes que cualquier otro refuerzo: reconocer sus méritos y logros refuerza su autoestima. Mucho cuidado con los refuerzos inmediatos de carácter material, no emplearlos como primer recurso, dosificar.
- Normalizar y explicar los cambios corporales: evitar los “comentarios juiciosos” sobre su aspecto físico, sobre todo los negativos, dando prioridad a cualidades y capacidades personales positivas.
- Enseñarles a tolerar la frustración: los errores son “positivos y necesarios” en cualquier proceso de aprendizaje. Mostrarles que la “inmediatez” no es lo más habitual.
- Enseñarles a gestionar sus emociones: no hay emociones “buenas o malas”, todas son humanas. Escuchar sus sentimientos, normalizarlos, aceptarlos aunque no los compartamos y elaborar conjuntamente alternativas para manejarlos.
- Fomentar su identidad: interesarnos por sus gustos e inquietudes, sin intentar imponer los nuestros. “La diferencia suma”. Respetar sus opiniones, no infravalorarlas porque estemos en discordancia con ellas.
- Mostrar incondicionalidad y disponibilidad, como figuras de apego, para reforzar sentimientos de seguridad que faciliten abrirse a las relaciones sociales.
- Respetar su intimidad: mostrar confianza y disponibilidad facilitará su apertura en caso de que necesiten nuestra ayuda o apoyo.
- Fomentar las relaciones con su entorno es una preparación fundamental para lo que será su vida adulta. El hecho de que, cada vez más, quieran pasar tiempo con otras personas, no significa que dejen de querernos.
- Dar respuesta a sus preguntas: no tener miedo a hablar de cuestiones relacionadas con su “sexualidad”, “consumo de sustancias”… Informar, NO amenazar.
- Adaptar y flexibilizar las rutinas para incorporar el repentino e importante peso que también tendrán el “grupo de iguales”.
- Prestar atención tanto a su comportamiento como al nuestro, pese a lo llamativa o escandalosa que pueda ser su conducta, con la intención de evitar “chivos expiatorios” de situaciones familiares, en ocasiones, complejas.