La Reestructuración Cognitiva se basa en ciertos presupuestos teóricos:
El modo en que las personas estructuran cognitivamente sus experiencias ejerce una influencia fundamental en cómo se sienten y actúan y en las reacciones físicas que tienen. En otras palabras, nuestra reacción ante un acontecimiento depende principalmente de cómo lo percibimos, atendemos, valoramos e interpretamos, de las atribuciones que hacemos y de las expectativas que tenemos. Imaginemos que quedamos con un nuevo conocido que nos gusta y este no ha aparecido al cabo de media hora. Si nuestra interpretación es que no lo interesamos, nos sentiremos tristes y no volveremos a establecer contacto; pero si pensamos que la tardanza se debe a un imprevisto o a una confusión de hora, nuestra reacción emocional y conductual será muy diferente. Por otra parte, afecto, conducta y reacciones físicas se influyen recíprocamente y contribuyen a mantener las cogniciones.
Se pueden identificar las cogniciones de las personas a través de métodos como la entrevista, cuestionarios y autorregistros. Muchas de estas cogniciones son conscientes y otras son preconscientes, pero la persona es capaz de conseguir acceder a las mismas.
Es posible modificar las cogniciones de las personas, lo cual puede ser empleado para lograr cambios terapéuticos.
El modelo cognitivo en que se basa la RC ha sido denominado modelo A-B-C por algunos autores (p.ej., Ellis, 1979a). Las tres letras se refieren a lo siguiente:
se refiere a una situación, suceso o experiencia activadora de la vida real. Por ejemplo, ser criticado por una persona muy querida o fracasar en una tarea importante tal como el tratamiento del primer paciente.
se refiere a las cogniciones apropiadas o inapropiadas del cliente acerca de A. Estas cogniciones pueden ser conscientes o no. La palabra cogniciones puede hacer referencia tanto al contenido de la cognición como a los procesos cognitivos. Entre estos últimos se incluyen la percepción, atención, memoria (retención, recuperación), razonamiento e interpretación. Los supuestos y creencias que tiene una persona facilitan la ocurrencia de ciertos sesgos y errores en el procesamiento de la información tales como atención selectiva (ej., atender sólo a los fallos que uno comete), memoria selectiva (p.ej., recordar sólo las cosas negativas), sobregeneralización (p.ej., creer que tras un fracaso no se tendrá éxito con los pacientes posteriores) o pensamiento dicotómico (p.ej., pensar que la gente es buena o mala). Aparte de estos dos últimos, otros sesgos de interpretación pueden verse en la tabla 1.
Dentro del contenido, se han distinguido los siguientes tipos de cogniciones (Beck, 2005; Beck y Emery con Greenberg, 1985; Edelmann, 1992; Rouf et al., 2004): (más…)
Una cosa son los hechos, otra el juicio que hacemos sobre los mismos, algo diferente es la emoción que sentimos por los hechos o juicios, y un cuarto elemento son las decisiones que tomamos basadas en la mezcla de los hechos, juicios y emociones. Los cuatro elementos de la cadena se influyen, pero no de una forma automática y determinista.
La experiencia no es tanto lo que nos pasa, sino la interpretación – a través de juicios – de lo que nos pasa.
La gran conquista de los humanos es la introducción en la cadena de un juicio que añada valor, que sirva más al propósito de la persona y que no esté encadenado totalmente al hecho en sí.
El juicio nace del uso del córtex (el cerebro más moderno, el más racional) y permite tener una visión más de conjunto, un enfoque más “inteligente” de las cosas de forma que siempre tengamos una cabeza bien amueblada.
Por esta razón si la interpretación de un hecho nos reporta algún tipo de sufrimiento es que razonamos desde una mente poco desarrollada. Por el contrario, si nos trae alguna de las emociones positivas no cabe duda de que actuamos desde una mente desarrollada.
La alternativa a un juicio ponderado es el gatillazo emocional. La cadena es conocida: un hecho negativo, un juicio que lo amplifica, sobrerreacción emocional y decisiones de baja calidad. Técnicamente se llama el “secuestro amigdalar”. La amígdala secuestra la razón y deja a las emociones actuar a sus anchas.
La estructura mental de las personas se deja ver en la calidad de los juicios que hacen
La repetición de juicios sobre las cosas genera hábitos o estilos explicativos. Son la forma, o el modelo, con el que tendemos a explicarnos las cosas que nos rodean. Los hay mejores o peores. No siempre son fruto de la inteligencia innata de la persona, sino de la manera en la que nos acostumbramos a pensar.
Los peores estilos explicativos son el pesimismo, la pasividad, el “saberlo todo” y la falta de integridad. Estos hábitos bloquean las capacidades personales, ya que disparan las emociones de bajo valor añadido y por tanto predisponen a las decisiones menos inteligentes.
Los mejores estilos explicativos son el optimismo, la proactividad, la curiosidad intelectual y el interés por las cosas de los demás. Estos estilos explicativos facilitan los juicios sobre la realidad que favorecen las buenas emociones y las decisiones mejores.
Un buen juicio amplía las alternativas en las que se basan las decisiones que se toman. El juicio permite que la emoción sentida por los hechos no sea una reacción emocional primitiva, sino un sentimiento, que es una emoción más refinada y controlable por una razón más evolucionada.
Las emociones “brutas” anulan o expulsan al juicio o al sentimiento de la cadena de hechos-juicios-emociones-decisiones. Sólo hay que fijarse en la conducta de algunas personas en un estadio de fútbol o en la obcecación que produce un buen enfado. Se podría por tanto afirmar que cuánto más alta es la emoción más baja es la razón… y más pobres las decisiones que tomamos.