¿QUÉ ES EL EJE CEREBRO-INTESTINAL?

El intestino contiene alrededor de 100 millones de neuronas, el mayor conjunto de neuronas fuera del cerebro, que tienen similitudes estructurales y funcionales con el cerebro.

Este sistema nervioso propio del intestino está conectado con el cerebro de forma bidireccional. Por un lado el intestino recibe información del cerebro, y, por otro lado, el intestino envía mensajes al cerebro. Esta comunicación del intestino con el cerebro se produce tanto por vía nerviosa como por vía sanguínea y es a la que se le denomina eje cerebro-intestinal.

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Ejemplos típicos de este circuito bidireccional sería p.e. el aumento del peristaltismo intestinal (retortijones y diarrea) cuando nuestro cerebro percibe un peligro, o en el sentido contrario, la sensación de saciedad que percibe nuestro cerebro cuando hemos ingerido una cantidad determinada de alimento.

El intestino, además de poseer un sistema nervioso propio, también alberga un ecosistema propio, la flora intestinal. La flora o microbiota intestinal son un conjunto de virus, bacterias y hongos alojados en el intestino y que intervienen en el normal funcionamiento del mismo. Se han identificado miles de especies diferentes. Tienen diversas funciones, como proteger de microbios perjudiciales, participar en la absorción e incorporación de los nutrientes, sintetizar vitaminas y eliminar sustancias tóxicas o cancerígenas. También la flora interviene en la comunicación entre el intestino y cerebro.

¿QUÉ EFECTOS TIENEN LOS ALIMENTOS Y LA FLORA INTESTINAL EN EL CEREBRO?

Las sustancias químicas que intervienen en la transmisión de la información entre las neuronas de nuestro cerebro, los denominados neurotransmisores, son los responsables de las diferentes funciones mentales: memoria, atención, estado de ánimo, etc. Muchas de ellas proceden de forma muy directa de los nutrientes que obtenemos de los alimentos. Estos nutrientes sufren una serie de transformaciones por parte de las células intestinales y la flora intestinal. De aquí se obtienen una serie de sustancias, lo que podemos denominar neurometabolitos, que alcanzan nuestro cerebro por vía nerviosa o sanguínea. Así p.e. la serotonina, un neurotransmisor que influye en nuestro estado de ánimo, procede de una proteína que obtenemos de los alimentos, el triptófano. Dos de las especies bacterianas que abundan en nuestro intestino, los lactobacilos y bifidobacterium, son capaces de transformar el glutamato, un aminoácido que forma parte de las proteínas que ingerimos con la comida, en ácido gamaaminobutírico (GABA) que es el principal neurotransmisor inhibidor del cerebro. Este neurotransmisor influye en el estado emocional y en la capacidad cognitiva del individuo. Otras bacterias producen noradrenalina y acetilcolina, otros dos neurotransmisores principales del cerebro.

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Cuando la flora intestinal se altera, también se altera la producción de estos neurometabolitos, lo que repercutirá en nuestra función mental. Hay numerosos estudios en ratas que confirman estas hipótesis. En experimentos de laboratorio se ha logrado provocar cambios en el comportamiento de las ratas administrándoles ciertos microorganismos.

¿QUÉ FACTORES ALTERAN NUESTRA FLORA INTESTINAL?

La flora intestinal viene determinada desde el período neonatal (al pasar el feto por el canal del parto adquiere sus primeros microorganismos intestinales), pero se va modificando con la edad. Además de los cambios propios de la edad, también existen otros factores que pueden modificar la flora intestinal, como la nutrición, los hábitos de vida, los antibióticos y el stress. Cuando se altera el correcto equilibrio de la flora intestinal, se favorece la colonización del intestino por microorganismos patógenos, que pueden provocar enfermedades tanto locales, en el propio intestino, como generales. Existen bacterias intestinales que pueden producir sustancias que pueden dañar el sistema nervioso, las denominadas neurotoxinas.

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¿QUÉ PAPEL JUEGA LA FLORA INTESTINAL EN LAS ENFERMEDADES NEURODEGENERATIVAS?

Probablemente, la flora intestinal juegue un papel muy importante, mucho mayor del conocido hasta el momento, en las enfermedades neurodegenerativas. Pero, para entender su importancia hay que saber que existen diversos estudios y observaciones que apuntan a una posible participación de agentes infecciosos en las enfermedades neurodegenerativas.

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